El hallazgo de las joyas escondidas. Cap. 9. Timo en apuros

El hallazgo de las joyas escondidas. Cap. 9. Timo en apuros

El hallazgo de las joyas escondidas. Cap. 9. Timo en apuros

Ilustración de Jesús Delgado

Nuestros amigos han encontrado una carta muy valiosa del director de la biblioteca. En ella pide a su ayudante que encargue al carpintero un arca para guardar las joyas bibliográficas, es decir, libros valiosos. Ahora tienen que buscar dónde pueden estar bien escondidos. Miran el plano y encuentran las señales: CAVE CANEM y LA PIEDRA DE LOS SABUESOS.

Ilustración de Jesús Delgado

No saben dónde están, pero a Leo se le ocurre una idea y se pone muy contento:

Me quedé pensando. Al rato empecé a dar vueltas sobre mi cola. ¡Me había llegado la idea!

—¿Has descubierto algo, Leo?

—¡Sí, lo tengo, lo tengo!

Me senté bien estirado con las patas muy bien puestas.

 —Os lo voy a explicar.

—Leo, no te hagas el interesante —saltó mi hermana— y dilo ya.

—Si nosotros no vamos por ahí y está la señal de los Guardianes de la Noche, es territorio de los sabuesos.

—Pues es verdad —dijo Manuel—, Leo tiene razón. Mirad, está fuera del gran edificio. —Y buscó de nuevo las señales.

 —¡Ay, qué listo eres, Leo! —dijo mi hermana.

Me puse todo tieso. Ya sabía yo que soy muy listo, hasta mi hermana lo reconocía.

 —La señal de CAVE CANEM está fuera, eso es muy raro, ¿no os parece?

Lucía hacía esa pregunta y era interesante. Si nuestra misión es dentro del edificio y la de los sabuesos fuera, ¿estarían las dos fuera? Así aparecía en el mapa.

—Quizá una esté fuera y otra dentro, pero pegadita a la pared.

¡Buena idea! Se ponen en marcha. Salen fuera del edificio y, siguiendo el plano, bajan hacia la ría, bordeando el jardín. Llegan a un lugar donde unos hombres trabajan subidos en unas maderas. Cuando los ven marchar y meterse por una puerta, ellos deciden entrar.

.Ilustración de Jesús Delgado

Enseguida escuchan voces:

—¡Atención! —alertó Manuel.

Las voces se acercaban. El pasillo no era muy ancho ni tenía muchos escondites. Así que teníamos que volver por donde habíamos entrado si queríamos escapar.

Demasiado tarde. Allí encima estaban los de mantenimiento:

—¡Gatos, perros, críos! —gritaba uno de ellos muy enfadado—. Desapareced de mi vista, que no vuelva a veros por aquí.

¡Vaya malas pulgas que tenía!

Manuel y Lucía salieron corriendo y lograron escapar. Pero nosotros no pudimos, porque uno de aquellos hombres empezó a dar patadas a Clarita. Timo se puso en medio para defenderla.

—¡Perro callejero, vete por ahí! ¡Veras el palo que te vas a ganar!

Nos pusimos a la defensiva y atacamos como solemos hacer con las tontonas: él por una parte y yo por otra. Timo gruñía casi como su abuelo y yo empecé a arañarles y a arquear mi cuerpo como sé hacer. Clarita se había quedado a salvo en un lado. El señor aquel ya la había olvidado y concentraba sus fuerzas en protegerse de nosotros.

Entonces uno de ellos cogió un cesto y lo lanzó sobre Timo cerrándole la salida.

—Te pille, perrucho. ¡Ahora verás lo que es bueno! —Y se lo llevó.

Clarita y yo nos lanzamos como locos detrás de aquel señor que se llevaba a mi amigo. Se metió al fondo del pasillo y cerró una puerta. No vimos más.

—¡Fuera, fuera de aquí o correréis la misma suerte que ese perro! ¡Largaos de una vez y que no os vuelva a ver! Salimos con la cola entre las patas.

¡Pobre Timo! Lo han cogido prisionero. Han defendido a Clarita y lo han intentado con Timo, pero el señor de mantenimiento los amenaza y no les queda más remedio que salir de allí. Clarita y Leo están muy tristes. Solo les consuela pensar que Manuel y Lucía planearán algo para salvarle.

 

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