A LA BÚSQUEDA DE LOS GUARDIANES DEL TESORO

A LA BÚSQUEDA DE LOS GUARDIANES DEL TESORO 

 

Ilustración de Jesús Delgado 

Leo y Clarita esperan con impaciencia a Lucía y Manuel. Saben que están muy cerca de descubrir el tesoro. La abuela les ha dado la pista que necesitaban. Antes habían vivido en otra casa marcada «por una piedra con esos indeseables». La buscan en el plano:

—Podemos buscar en el plano una señal de CAVE CANEM que esté cerca de unas escaleras —propuso Lucía.

Era una buena idea. Así que fuimos a nuestra casa a mirarlo. Manuel sacó la lupa de su bolsillo y miró detenidamente. En el gran edificio hay varias escaleras. Las más importantes están encima de nuestra casa, pero ahí ya sabíamos que no era.

—Aquí hay una señal de CAVE CANEM, pero esa tampoco puede ser porque es la escalera de caracol, que ya sabemos que no es un lazo, ni un rizo… —me reí un poco de mi hermana que se había creído que la escalera era un lacito como los que ella se pone.

—¡Aquí hay otra señal de CAVE CANEM! —exclamó Manuel—. Mirad, muy pequeñita se ve la piedra de los sabuesos: Los Guardianes de la Noche; es muy pequeñita pero se puede ver.

Ilustración de Jesús Delgado 

La han encontrado en el plano y se ponen en marcha para buscarla en el gran edificio. Leo les conduce seguro pues por ahí pasa con frecuencia con su amigo Timo. Encuentran las escaleras y con gran emoción empiezan a subirlas:

 

Al llegar al primer rellano, los cuatro nos quedamos mirando la pared.

—Allí están los Guardianes de la Noche del Gran Edificio —Manuel lo dijo lentamente.

—Pues yo no los había visto nunca.

—No es extraño, Leo, están muy arriba e irás pegadito al suelo, camuflándote para que no te descubran —dijo Lucía.

La piedra estaba en la pared como un cuadro: los dos perros con las patas en alto se apoyaban en la campana.

—¿Y el tesoro?

Mi hermana Clarita preguntó lo que todos estábamos pensado. Ya sabíamos lo que había dicho el abuelo gruñón, esa piedra guarda un tesoro. Habíamos encontrado la piedra, pero dónde podía estar el tesoro.

—¿Estará en la pared o en el suelo? —se preguntaba Lucía—. Ninguno teníamos la respuesta.

Manuel hizo una propuesta.

—Creo que deberíamos buscar la puerta de entrada de la casa donde vivió vuestra abuela.

¡Claro! ¡Era una buena idea!

Volvimos a bajar la escalera. Manuel y Lucía delante y Clarita y yo detrás de ellos.

Entonces un señor empezó a decir muy alto:

—¡Gatos por aquí! Hay que avisar a mantenimiento.

¡Puf! ¡Los de mantenimiento! Tienen que andar con mucho cuidado porque Leo y Clarita saben que no pueden estar por ahí a esas horas. No están dispuestos a abandonar la búsqueda, así que corren para encontrar la entrada de la casa de los abuelos lo más rápidamente posible.

 

Ellos se pusieron a tocar la pared, buscando una puerta secreta y yo iba dando con mis patas por la parte de abajo. En una de estas, mi oído me advirtió de que algo sonaba distinto por allí. Volví a darle y el muro cedió: Una puerta de gatera se abrió ante nuestros ojos.

—Por aquí, venid.

Al abrir la gatera con la fuerza de mis patas,saltó un trocito de pared y entonces apareció el azulejo que nos era bien conocido: CAVE CANEM. Seguramente estaba tapado  desde hacía mucho tiempo, porque no se veía bien.

—¡La señal de CAVE CANEM! Ahora estamos seguros de que vamos bien —dijo Manuel.

La puerta era tan pequeña como la de nuestra casa actual, así que Manuel y Lucía se escurrieron como gatitos para poder entrar. Están acostumbrados a meterse en nuestra casa y lo consiguieron.

—No veo nada —la voz de Lucía temblaba un poco.

—Tengo una linterna en mi llavero —contestó Manuel.

Estaba oscuro y olía a humedad; aquello no me gustaba mucho, pero me sentía más protegido que allí fuera, con los de mantenimiento al acecho. Al enfocar Manuel con la linterna, vimos la habitación. Allí habían vivido mis abuelos y tengo que reconocer que me impresionó un poco. En un rincón había algunas mantas roídas, que, probablemente, mi abuela había dejado, algún tazón medio roto, un poco de paja y al fondo, ¡un baúl!

—¡Seguro que ahí está el tesoro! —dijo Lucía muy nerviosa.

Con gran emoción nos pusimos delante y entre todos conseguimos abrir la tapa del baúl.

—¡Mirad!

Había muchos objetos. Manuel los fue nombrando, porque yo no sabía lo que eran. Candelabros, platos, varias copas, trapos y, en medio…

—¡El cáliz de la carta! ¡Es de oro!

Ilustración de Jesús Delgado 

Han encontrado el tesoro que buscaban. Estaba muy bien escondido debajo de unas escaleras. Ellos han podido entrar por la puerta de la gatera porque son pequeñitos. Pero… ¿No habrá otra puerta? Se preguntan cómo lo metería allí el hermano hortelano. Eso es un misterio. De momento deciden envolver el cáliz en el chándal de Lucía y llevarlo a casa de Leo y Clarita. Al siguiente día lo entregarán a su amigo, el director de la biblioteca.

 

 

 

 

 

 

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