Un baño inesperado

UN BAÑO INESPERADO

Nuestros amigos han leído la carta del hermano cocinero al hermano hortelano. No saben dónde está la huerta y quieren encontrarla porque probablemente ahí esté el hortelano. Como la huerta debe de estar en el campo, deciden ir a la casa de los sabuesos para hablar con el abuelo.

—Tenemos que ir a la casa de Timo para preguntar al abuelo dónde está la huerta —dijo Manuel muy serio.

Me lo temía. Se le había metido entre ceja y ceja que había que volver donde el sabueso gruñón. Solo pensar en la guarida aquella me producía TEMBLEQUE. No quería arriesgarme otra vez.

—Yo no quiero hablar con él —dije tan serio como Manuel.

—Te puedes quedar como el otro día, allí cerca.

—No me fío. No quiero ganarme un mordisco.

Pero, sin hacerme mucho caso, la expedición

ya se había puesto en marcha.

A pesar del miedo que Leo tiene al abuelo gruñón, como él le llama, no quiere quedarse atrás. Al llegar al túnel que sale al campo, avisa a Timo con un maullido, una señal que tienen entre ellos. Son amigos y se entienden muy bien.

No tardaron en venir. Primero Timo, que se lanza en cuanto le llamo, y detrás Currita. Habían estado de caza con su padre y se lo habían pasado muy bien.

—¿Sabéis dónde está la huerta? —les preguntó Manuel, nada más verlos.

Se miraron los dos. Currita dejó de mover el rabo, rápidamente. Siempre le pasa, se pone muy contenta y entonces las orejas y el rabo no paran de moverse. Pero si se pone triste, las orejas se le caen y el rabo se le mete entre las patas.

—¿Qué es la huerta? —preguntó mi hermana que tampoco tenía ni idea.

Clarita no sabe qué es una huerta. Lucía se lo explica. Van andando por el campo en busca de la huerta cuando, de pronto, Manuel desaparece en un agujero. Se oye su voz lejana llamando a Timo:

 

Ilustración de Jesús Delgado 

—Ti… Ti…i, i…

La voz de Manuel desapareció entre unas hierbas. Timo y yo nos miramos.

—¡Vamos allá!

Sin pensarlo, nos lanzamos por el agujero que había hecho Manuel al caer. Fuimos a parar a un fango de los que no me gustan un pelo. Vimos una bola viscosa, toda sucia… Era Manuel, envuelto en barro. No se le veía ni la cara y se había puesto todo marrón. Claro que yo debía estar igual y Timo lo mismo. Timo fue el primero en sacudirse y…

—¡Timo! —grité yo con todas mis fuerzas.

Movió todo el cuerpo, las orejas y el rabo y me puso perdido con más barro.

Manuel se levantó del suelo, un poco magullado.

—¿Dónde estamos? —preguntó desconcertado.

Yo estaba enfadado porque no quería volver allí y ahora estaba todo mojado y con una capa de fango encima. No me gusta nada mojarme y mucho menos embadurnarme con el barro aquel. No sabía dónde estábamos, pero mis ojos, que son como dos linternas, nos ayudaron a ver un poco mejor: un río con mucha agua pasaba a nuestro lado.

—¡Un río subterráneo! —dijo Manuel.

Timo y Leo saltan al agujero para ayudar a Manuel. El pobre Leo se mancha de barro con lo poco que les gusta a los gatos.

Ilustración de Jesús Delgado 

Pero, ¿cómo conseguirán que Manuel salga de ahí? No puede trepar. Currita va a buscar una cuerda a la vaquería y la tira al fondo del agujero. Manuel la sujeta y ayudado por Timo y Leo consigue subir como los escaladores.

Así termina esta aventura sin ninguna pista nueva y, como dice Leo, calados de agua.

Ahora te toca a ti: Timo y Leo son distintos, claro, pues Timo es un sabueso y Leo, un gato. Ya sabes que sus familias están enemistadas, pero ellos son buenos amigos. Se comunican bien y se ayudan. También ayudan a Manuel y a Lucía.

Leo no ve ningún problema para salir él del agujero, pero ve muy difícil sacar a Manuel. ¿Por qué?

 

 

 

 

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