Compartiendo el disfrute. Platero y yo. La niña chica, LXXXI

 

 

Compartiendo el disfrute.

Platero y yo. La niña chica, LXXXI

Ilustración de Elisa Amann para el cuento Platero y las palabras olvidadas

Una de las escenas más sobrecogedoras de Platero y yo es la de La niña chica. Los niños aparecen en la obra tratados con mimo, respetando su mundo mágico, su imaginación y los juegos sencillos con los que se entretienen. El poeta recuerda a través de ellos su propia infancia, en un pueblo, su Moguer natal, que ya ha cambiado a sus ojos. La mirada crítica hacia ese mundo pasado es una de las notas de la elegía, como la subtituló su autor.

El “estado de gracia” de los niños es un ejemplo de plenitud del ser para nosotros lectores y tiene como contrapunto el sufrimiento de los pequeños, las injusticias que sufren o, como en este caso, la muerte prematura.

Cuando el poeta se detiene en los más débiles y en los enfermos, activa nuestra mirada compasiva. Son páginas que nos invitan a sentir al otro y a comprender su dolor. Observemos con qué ternura describe a La niña chica.

LXXXI

LA NIÑA CHICA

La niña chica era la gloria de Platero. En cuanto la veía venir hacia él, entre las lilas, con su vestidillo blanco y su sombrero de arroz, llamándolo dengosa: —¡Platero, Plateriiillo! —, el asnucho quería partir la cuerda, y saltaba igual que un niño, y rebuznaba loco.

Ella, en una confianza ciega, pasaba una vez y otra bajo él, y le pegaba pataditas, y le dejaba la mano, nardo cándido, en aquella bocaza rosa, almenada de grandes dientes amarillos; o, cogiéndole las orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba con todas las variaciones mimosas de su nombre: —¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo! ¡Platerete! ¡Platerucho!

En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero. Ella, en su delirio, lo llamaba triste: ¡Plateriiillo…!  Desde la casa oscura y llena de suspiros, se oía, a veces, la lejana llamada lastimera del amigo. ¡Oh estío melancólico!

¡Qué lujo puso Dios en ti, tarde del entierro! Setiembre, rosa y oro, como ahora, declinaba. Desde el cementerio, ¡cómo resonaba la campana de vuelta en el ocaso abierto, camino de la gloria…! Volví por las tapias, solo y mustio; entré en la casa por la puerta del corral y, huyendo de los hombres, me fui a la cuadra y me senté a pensar, con Platero.

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