Compartiendo el disfrute. Platero y yo. La púa XII
Compartiendo el disfrute. Platero y yo. La púa XII
Escultura de Álvaro Rojas, Moguer
La plenitud de la naturaleza, vivida con sencillez y admirada en su esplendor, es uno de los ejes de Platero y yo. Se nos pide, a nosotros lectores, una mirada abierta para que admiremos la luz del atardecer, la belleza del camino, la fragancia de la yerba o el canto de los pájaros. La iluminación del momento reflejado se torna alimento ideal (Mariposas blancas II) y lleva consigo el anhelo de que sintamos un placer emocional, en comunión con esa realidad.
Pero este esplendor de la naturaleza se quiebra cuando aparece el dolor, una de las claves del libro, como ya he comentado. La púa es uno de los cuadros en los que se muestra claramente. El dolor físico se concreta aquí en el redondo puñalillo que se clava en Platero; una púa de naranjo que le hace cojear y que su amo arranca estremecido de dolor. Este dolor físico se torna metáfora de otro espiritual, encarnado por una belleza que se va, símbolo de nuestras vidas. Lo comentaremos en la próxima entrada.
XII
LA PUA
Entrando en la dehesa de los Caballos, Platero ha comenzado a cojear. Me he echado al suelo…
—Pero, hombre, ¿qué te pasa?
Platero ha dejado la mano derecha un poco levantada, mostrando la ranilla, sin fuerza y sin peso, sin tocar casi con el casco la arena ardiente del camino.
Con una solicitud mayor, sin duda, que la del viejo Darbón, su médico, le he doblado la mano y le he mirado la ranilla roja. Una púa larga y verde, de naranjo sano, está clavada en ella como un redondo puñalillo de esmeralda. Estremecido del dolor de Platero, he tirado de la púa; y me lo he llevado al pobre al arroyo de los lirios amarillos, para que el agua corriente le lama, con su larga lengua pura, la heridilla.
Después hemos seguido hacia la mar blanca, yo delante, él detrás, cojeando todavía y dándome suaves topadas en la espalda…