Compartiendo el disfrute. Platero y yo. La carretilla, XXXVII

 

Compartiendo el disfrute. Platero y yo. La carretilla, XXXVII

Ilustración de Elisa Amann para el cuento Platero y las palabras olvidadas

La vida de esplendor de los niños en Platero y yo tiene el contrapunto de la visión crítica que muestra cuando los niños trabajan y sufren injustamente una vida que no corresponde con su niñez. Tal es el caso de La carretilla. La mirada compasiva hacia la pequeña incita a la acción para ayudarla y Platero lo consigue. De este modo el poeta reclama nuestra mirada y nos invita a sentir al otro, a ponernos en su situación y comprender su dolor. Somos nosotros, los receptores de la Obra, los que debemos ver y enjuiciar. Las emociones estéticas nos hacen sentir, pero también comprender y juzgar. El goce estético despliega así su dimensión ética.

XXXVII

LA CARRETILLA

En el arroyo grande, que la lluvia había dilatado hasta la viña, nos encontramos, atascada, una vieja carretilla, perdida toda bajo su carga de hierba y de naranjas. Una niña, rota y sucia, lloraba sobre una rueda, queriendo ayudar con el empuje de su pechillo en flor al borricuelo, más pequeño, ¡ay! y más flaco que Platero. Y el borriquillo se despechaba contra el viento, intentando, inútilmente, arrancar del fango la carreta, al grito sollozante de la chiquilla. Era vano su esfuerzo, como el de los niños valientes, como el vuelo de esas brisas cansadas del verano que se caen, en un desmayo, entre las flores.

Acaricié a Platero y, como pude, lo enganché a la carretilla, delante del borrico miserable. Lo obligué, entonces, con un cariñoso imperio, y Platero, de un tirón, sacó carretilla y rucio del atolladero, y les subió la cuesta.

¡Qué sonreír el de la chiquilla! Fue como si el sol de la tarde, que se quebraba, al ponerse entre las nubes de agua, en amarillos cristales, le encendiese una aurora tras sus tiznadas lágrimas.

Con su llorosa alegría, me ofreció dos escogidas naranjas, finas, pesadas, redondas. Las tomé, agradecido, y le di una al borriquillo débil, como dulce consuelo; otra, a Platero, como premio áureo.

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