Compartiendo el disfrute. Platero y yo
Compartiendo el disfrute. Platero y yo
Idilio de abril XXIX
Escultura de Pedro Requejo. Plaza de la Iglesia. Moguer
El mundo de esplendor de los niños es un tema central en Platero y yo. Lo he comentado a propósito de El niño y el agua, XLII. En estos y en otros textos, el poeta resalta una escena de gozo de los pequeños, vista con los ojos de un narrador que sabe valorarlos. Así desfilan ante nuestra mirada, para que nosotros apreciemos también la vida del campo, los juegos de los niños con Platero y la belleza del momento. El agua, las flores amarillas, las campanillas culminan este Idilio de abril, en el que las risas de los pequeños y su mundo mágico están en armonía con una naturaleza plena de vida y de belleza.
XXIX
IDILIO DE ABRIL
Los niños han ido con Platero al arroyo de los chopos, y ahora lo traen trotando, entre juegos sin razón y risas desproporcionadas, todo cargado de flores amarillas. Allá abajo les ha llovido —aquella nube fugaz que veló el prado verde con sus hilos de oro y plata, en los que tembló, como en una lira de llanto, el arco iris—. Y sobre la empapada lana del asnucho, las campanillas mojadas gotean todavía.
¡Idilio fresco, alegre, sentimental! ¡Hasta el rebuzno de Platero se hace tierno bajo la dulce carga llovida! De cuando en cuando, vuelve la cabeza y arranca las flores a que su bocota alcanza. Las campanillas, níveas y gualdas, le cuelgan, un momento, entre el blanco babear verdoso y luego se le van a la barrigota cinchada. ¡Quién, como tú, Platero, pudiera comer flores…, y que no le hicieran daño!
¡Tarde equívoca de abril!… Los ojos brillantes y vivos de Platero copian toda la hora de sol y lluvia, en cuyo ocaso, sobre el campo de San Juan, se ve llover, deshilachada, otra nube rosa.